Quién nos arrancará del deseo que grita bajo la imagen, de la tentación del fruto del paraíso, quién nos dará el elixir que cure nuestro instinto. ¿Quién?
Quién dará a las horas el prestigio del vacío, quién hará del tiempo un chiste para que seamos conscientes solo del movimiento, y nos quedemos parados en medio de la calle, y pasmados, y con la boca abierta y las lágrimas cayendo.
Quién impulsará de nuevo a los congéneres y los hará felices con la realidad. ¿Quién? Pues vivimos en una ilusión que nos hace esclavos de un sentido artificial, del paraíso perdido, de la caverna y sus sombras, de la nostalgia del reino prometido…
Y sólo somos capaces de verlo cuando estamos al borde de la muerte, es allí, entonces, cuando percibimos que nada de lo que hicimos tuvo más valor que el que quisimos darle, y acabamos por darnos cuenta de que el sentido de la vida no es más que la inexistencia de cualquier sentido. Que no existe más verdad que la circunstancia de uno mismo y la reacción que aprendió de su entorno vivido.
Entonces viene el sentimiento paradójico, la risa y el llanto mezclados, pues no hay triunfos ni fracasos, pues nada tiene sentido, y la vida es tan banal que no puede ser vivida como una tragedia.
P.R.R.